Los silencios y las pausas son como las sombras en un cuadro: el contraste que logra que el discurso tenga volumen, que rompa la monotonía, proyecte un mayor significado y tengas más credibilidad.
El silencio no es renuncia, sino contención, pausa, reflexión. El silencio es prudencia. El silencio es elocuente. Hay silencios que dicen más que mil palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que claman, que duelen… El lenguaje es palabra y silencio.
Pedro Serrano Martínez (El País)
Tres momentos para hacer pausas
Un buen comienzo con la «pausa controlada»
–Bueno, eh, me llamo fulanito y… eh, voy a hablar de un tema que… ¡Tierra trágame!
La atención y la credibilidad de la persona que habla en público se gana antes de empezar el discurso. ¿Cómo? Con la «pausa controlada». Me lo enseñó Maty Tchay en un programa del IESE. Se trata de reunir la atención de la audiencia y de arrancar provocando un impacto en quienes te escuchen.
Es un ejercicio sencillo. Antes de empezar a hablar, debes erguirte, respirar, mirar a toda la audiencia, con una posición de manos llamada 120º, y todo ello en silencio, durante dos o tres segundos. Tiempo suficiente para que el público centre su atención en ti y te escuche.
Lógicamente uno debe tener preparada esa frase, que será el comienzo de una historia, una pregunta retórica o un dato curioso. Este ejercicio facilita que la primera frase sea nítida y que captes la benevolencia del público.
Pausa entre las fases del discurso, o la metáfora de la estantería
Los discursos tienen estructura: los clásicos logos, ethos o pathos u otros como el storytelling. Y las estructuras tienen elementos o fases, que deben diferenciarse para que el público siga correctamente el recorrido de la narración. ¿Cómo separarlas?
Seguro que has tenido la experiencia de escuchar a una persona que bombardea datos o argumentos a toda velocidad. Tenemos la impresión de que sabe mucho, pero somos incapaces de retener nada de lo que dice. Unos humoristas españoles -Martes y Trece- tenían un diálogo en el que uno le decía al otro: «Yo sé que tú hablas, pero yo no te entiendo nada».
La metáfora de la estantería, que utilizo en las formaciones que imparto sobre hablar en público, es sencilla. Se trata de imaginar que las personas que escuchan un discurso sostienen en sus brazos las ideas que les transmite el orador, y que de vez en cuando necesitan un momento para girarse y ordenarlas en la estantería de su inteligencia y memoria. En ese espacio de tiempo no escuchan ni retienen más ideas, así que el silencio del orador es la oportunidad para darles ese tiempo que necesitan.
Así pues, entre fase y fase de la estructura, o entre una sucesión de argumentos y otro, debemos hacer un silencio de unos segundos.
No quieras huir al final. Usa la pausa para lograr un cierre memorable.
–Pues eso, esto es lo que tenía que decir… y, pues, gracias.
Mal. Y ocurre con demasiada frecuencia. En las formaciones que hago me encuentro con muchas personas que preparan bien el comienzo, ordenan los argumentos centrales; y que incluso utilizan pausas, controlan el movimiento y mueven las manos con sentido. Pero cuando se acerca el final parece que quieren huir del escenario.
El cierre de un discurso importa mucho. Se trata, en muchos casos, de concluir con un resumen del discurso, o con una llamada a la acción, que será el final de la jugada para meter gol, para lograr modificar una percepción o una realidad, objetivos de cualquier pieza de oratoria.
Por eso me parece esencial controlar esa última pausa. Preparar a conciencia esas últimas palabras, plantarse en el centro del escenario, mirar a la audiencia y cerrar con contundencia y con un silencio que fije la impresión de que acaban de escuchar algo relevante para sus vidas.
Hay que tener el aplomo de mantenerse quieto mientras se recibe el (habitual) aplauso final y agradecer con la mirada la atención que nos han prestado y la amabilidad con que lo han hecho.
Beneficios de los silencios al hablar en público
En las partituras de música se consignan los silencios. En tu discurso deberías hacer lo mismo. Y ensayarlo. Pero, ¿por qué esa insistencia en los silencios?, ¿qué beneficios tienen los silencios al hablar en público?
- Generas expectativa: «¿Sabéis qué me ocurrió aquel día en aquel pueblo de la India? (silencio) (otro silencio) Perdí el tren y tuve que caminar durante tres días por una llanura inmensa…».
- Dramatizas la frase que acabas de pronunciar. No es lo mismo para un político decir que va a invertir 1.500 millones en infraestructuras, así, de corrido, que decir «Este año, desde el departamento de Industria vamos a invertir (silencio de un segundo) mil-qui-nien-tos-mi-llo-nes de euros». ¿A qué parece más dinero?
- Descansas y te equilibras. Cuando las frases se alargan es frecuente que se pierda entonación y volumen. El silencio o la pausa facilita respirar con la caja torácica, volver a expulsar correctamente el aire, y retomar fuerzas.
- El público descansa. Imagina que tus frases son pelotas de tenis que una persona del público debe agarrar. Si echas de tres en tres, seguidas, es imposible que las coja. Mírale, que te devuelva la mirada, dale la pelota (la idea o el dato), haz un breve silencio, y luego la siguiente. Y es que el cerebro se dispersa muy rápidamente y hay que facilitarles que mantengan el esfuerzo.
- Facilitas que se incorporen mejor las ideas que transmites. Me refiero a la metáfora de la estantería, que he relatado antes.
- Te permite destacar conceptos claves con pequeños silencios previos a decir la idea potente que quieres fijar en la mente de tu audiencia.
- Transmites paz, serenidad. El público detecta fácilmente a un orador nervioso. Los oradores ansiosos suelen hablar sin parar y sin hacer pausas. Eso es un indicio de miedo escénico. Los líderes entre los oradores, en cambio, controlan el tiempo de un discurso. Lo hacen exponiendo sus argumentos a un ritmo exactamente adecuado. Por lo tanto, hacer las pausas suficientes demostrará confianza y permitirá que tu público te vea como ese tipo de orador.