En las últimas semanas se ha hablado bastante de los eufemismos que algunos políticos están utilizando para comunicar decisiones o explicar situaciones complejas en su partido o gobierno. Es un clásico ejemplo de la corrupción de la retórica, o de la demagogia.
La dureza de la crisis económica ha empujado a los políticos a emplearlos de forma abusiva. Por ejemplo, la “devaluación competitiva de los salarios“ que pide el Banco Central Europeo es, sencillamente, una bajada de sueldos. Muchos se han escandalizado -«basta de engaños», gritan-, pero se trata de algo tan antiguo como la retórica…
La vuelta del interés por la retórica, gracias a los discursos de Obama
Hace unos días fui a dar una vuelta al valle de Atxondo con un buen amigo, filólogo clásico, que imparte clases en un máster de comunicación política. Hablamos sobre cómo desde pequeños nos han enseñado a sumar y restar, algo que entre otras cosas nos permite comprobar si el pescadero nos da bien las vueltas de la compra, o facilita preparar la cartera antes de pasar por la caja del supermercado. Y que, en cambio, apenas nos han enseñado las reglas de la retórica, algo imprescindible para conocer las intenciones de nuestro interlocutor…
La retórica es tan antigua como el lenguaje, pero se ha ido sistematizando paulatinamente. Últimamente se ha revalorizado con la maestría de algunos asesores políticos como Luntz o Lakoff, o con los discursos de Obama, deslumbrantes para la mayoría de las personas.
La retórica en los planes de estudio de la educación obligatoria
En el fondo, la retórica es un pacto con otra persona, por el que usamos argumentos cuasi lógicos, con los que procuramos mostrar la verosimilitud de nuestros argumentos para persuadirle. No es una mera técnica sino, más bien, un arte.
En la Grecia clásica se encuadraba en el trivium (gramática, retórica y filosofía) y en el quadrivium (aritmética, música, geometría y astronomía).
Estoy convencido de la necesidad de introducir el estudio de la Retórica en los planes educativos por dos razones muy sencillas, pero especialmente importantes en el momento actual:
1. «¡Qué bien habla!»
Muchas personas juzgan por elementos superficiales y no adquieren el sentido crítico necesario para desentrañar su sentido y alcance. El estudio de los sesgos cognitivos y de la retórica permiten adoptar un sano sentido crítico ante la información que nos llega o los argumentos que esgrimen unos y otros para convencernos.
En una época de saturación informativa, en la que no se distingue entre opiniones y hechos, y en la que los medios de comunicación han escogido un bando y lo refrendan en sus noticias, el desconcierto de la ciudadanía es absoluto. ¿A quién debo creer?, se preguntan muchos.
Por este motivo pienso que se debería introducir en la educación primaria y secundaria unas asignaturas -o algunos módulos- sobre retórica, que expliquen las estructuras de un discurso, el tipo de argumentos clásicos para persuadir, y los sesgos cognitivos o las técnicas de manipulación informativa más habituales.
2. «Italianos y argentinos nos engatusan en las negociaciones»
Las relaciones humanas funcionan bajo las reglas de la retórica, lo sepamos o no. Pero si las conocemos aprenderemos a persuadir mejor (lógicamente con arreglo a la ética). Según Aristóteles, «la retórica es el arte de descubrir, en cada caso en particular, los medios adecuados para la persuasión». La persuasión no es vencer sino que trata de convencer por la evidencia del argumento, la bondad del valor que se expone, o por la credibilidad del orador.
Todavía hay quien piensa que la persuasión es sinónimo de manipulación. Nada más lejos. En la persuasión se pretende mostrar la verdad de una manera «bella» o fácil de asumir por la audiencia y porque entiende que le beneficia; en la manipulación hay engaño y mentira.
Aprender a construir un discurso, conocer los tipos de argumentos más oportunos según el público y el objetivo que tengas, etc., debería ser básico en los planes educativos de cualquier estudiante, pues impactará también en su competencia y desarrollo profesional, las negociaciones empresariales, etc.