—Necesito convencer cuando hablo en público, y ahora ni soy capaz de articular tres palabras seguidas.

Así suelen comenzar las intervenciones de los alumnos en las clases sobre hablar en público. En los últimos meses estoy formando a diferentes personas para que afronten discursos, mesas redondas u otro tipo de intervenciones. Son cursos de unas 15 horas en las que procuro adaptarme al punto de partida y necesidades de cada uno, para luego -junto con algo de teoría- realizar ejercicios prácticos, tanto de estructura como de forma.

Aprender a hablar en público tiene similitudes con aprender a conducir un coche con marchas. Se trata de estructurar el contenido en unos esquemas algo rígidos –logos, ethos y pathos-, y de incorporar aspecto formales que tienen que ver con la voz, la mirada, el movimiento de manos y del cuerpo y el contacto visual.

Hablar para persuadir

Después de varias horas de trabajo intenso suelen ser capaces de enfrentarse a la grabación en vídeo de un pequeño discurso. El resultado es variado, pero al menos logran cierta seguridad y son conscientes de la transformación que se ha operado en ellos, y de la potencia persuasiva de la oratoria.

Una idea que les repito insistentemente es que uno habla para persuadir. Sí, convencer. Sobre un producto o un servicio, sobre un proyecto o sobre una idea. Esto es, modificar en la audiencia una percepción o lograr que realicen una acción. ¡Tiene que haber un cambio! Y hasta ahora se han fijado en ellos mismos, en cómo estructurar su intervención y en cómo acumular técnicas formales para perder el miedo a hablar en público y que todo su cuerpo acompañe el discurso. Pero, ¿es eso suficiente?

Dos ejercicios para asegurarte de que convencerás a tu audiencia
Dos ejercicios de imaginación para asegurarte de que convencerás a tu audiencia con tu discurso

Utilizar la imaginación para anticipar el resultado de un discurso

Antes de la segunda grabación suelo parar, les miro a los ojos, y les anuncio el «secreto» para tener éxito al hablar en público… ¿De qué se trata?

Entre los elementos formales hay uno esencial para asegurar que persuades a la audiencia. Se trata de la conexión visual. En la medida en que miras a cada una de las personas a las que te diriges obtienes información: si se aburren, si están emocionados o pensativos, etc.

Para eso hay que tener seguridad en uno mismo y atreverse a mirar a la audiencia. Muchas personas miran «a bulto» por miedo, o se miran a los zapatos, o es típico mirar un poco por encima del grupo al que se dirigen. ¡Y así están ciegos! Lo mejor es hacer pequeños barridos con la mirada, de manera que no incomodes a ninguno fijando excesivamente la mirada en ninguno -algo habitual cuando uno te da más confianza-, y que tengas «controlados» a todos los asistentes.

Antes he dicho que uno habla para modificar percepciones o animar a que actúen, algo que explica muy bien en esta entrevista Conor Neill, de quien he aprendido mucho (por cierto, quien le entrevista es Sebastián Lora, que tiene una página con cientos de recursos sobre oratoria). Pues bien, el secreto para saber si tu discurso está funcionando en tiempo real es haber imaginado las reacciones del público. Y aquí viene el secreto.

—Cierra los ojos, le pido. Imagínate a ti dando el discurso. Palabra por palabra. Cómo te vas a mover por el escenario, o cómo vas a sentarte; haz las pausas y prevé en qué partes modificarás la dicción o el volumen de tus palabras, etc.

De esta manera anticipa o representa su discurso en tiempo real, como si estuviera sucediendo.

—Wow, me contesto uno al terminar el ejercicio. Me he dado cuenta de muchas cosas de mí mismo…

—Genial. Pues ahora cierra los ojos de nuevo, le pido. Y le explico que ahora tiene que imaginar a la audiencia escuchando su intervención. Palabra por palabra otra vez. Y representar las posibles reacciones de la audiencia, especialmente sus miradas. Si son de interés o de desconcierto, si sonríen cuando dices algo simpático, si asienten cuando afirmas algo, o si te siguen con la mirada cuando te mueves por el espacio que tienes.

Dos ejercicios de imaginación: primero sobre ti mismo hablando y luego sobre el público escuchándote. El resultado es fantástico porque es cuando puedes decir que estás preparado para hablar en público.

Un plan B para persuadir a una audiencia que no te compra el discurso

¿Qué logramos con este ejercicio? Que conforme hable esperará unas reacciones concretas. Si se cumplen quiere decir que su discurso está causando el efecto esperado, y que logrará modificar una percepción sobre un tema o que el público cambiará su conducta cuando se lo «ordene». ¿Y si no?

Hablar por hablar no conduce a nada. Cuando doy un discurso tengo que comprobar si he logrado mi propósito… en tiempo real. Me juego mucho. Los que me escuchan me han concedido un tiempo, que probablemente sea valioso para ellos, así que no puedo desperdiciarlo. Y yo tengo que «cumplir una misión», y asegurarlo.

Representar, anticipar, prever. Imaginándote a ti mismo e imaginando a la audiencia eres capaz de procesar la información que necesitas para continuar con la buena marcha del discurso o, en caso contrario, tener preparado un plan B: romper el ritmo del discurso con una broma o con una pregunta retórica, contar una historia o poner un ejemplo que reconduzca la situación y vuelvas a tener opciones de alcanzar la meta propuesta.