No fue un tuit memorable, pero reconozco que respiré con alivio. Y es que el viernes defendimos el proyecto final del Máster MEGEC (Máster en Gestión de Empresas de Comunicación de la Universidad de Navarra) con el que concluimos 10 meses de clases, casos y exámenes: nueve carpetas, un Drive repleto de material que quiero repasar más adelante, y unas experiencias que intenté sedimentar este fin de semana.

Un par de semanas antes, tuvimos una charla con Gustavo García-Mansilla, director del Programa, sobre las bondades y áreas de mejora del Máster: somos la 15ª edición, la cuarta en Madrid, y quería saber qué opinábamos. Con confianza y franqueza (y agradecimiento), intervinimos prácticamente todos. ¿Cuáles son los puntos fuertes?, preguntó Gustavo. -Los profesores, los alumnos y la coordinadora. Mar Amate daba en el clavo, que apuntaló Gerardo: «Me quedo con que detrás de los balances y cuentas de resultados, los profesores nos hablaban de personas».

Aprendizajes en el MEGEC

En septiembre leí todo tipo de opiniones sobre los MBA, los Executive, etc. Muchos post hablaban de las subidas de sueldo posteriores, los contactos, áreas nuevas de conocimiento… En mi caso, tras sufrir módulos de finanzas corporativas, diseño de precios, estrategia comercial, análisis de situación de negocios, y disfrutar de otros módulos como Dirección de Personas, etc., pienso que en el MEGEC me han enseñado a hacerme la pregunta adecuada para resolver un problema determinado en la empresa, con una visión de conjunto, y con el realismo de saber que luego hay que trabajar mucho en equipo para dar con una solución que, muy probablemente, será más o menos buena y sostenible.

Y eso es mucho. Muchísimo.

Esta edición del MEGEC la hemos formado 26 personas: edades y sectores diferentes con caracteres y experiencias previas muy diversas. He tenido la fortuna de sentarme al fondo, con lo que he podido observar los roles que fuimos asumiendo conforme se sucedían las clases con sus intensas semanas intensivas… El que comenzaba la exposición del caso, el que aportaba los números que a otros nos nublaban la vista, la que mencionaba el aspecto humano de una situación y el que se mostraba en contra de la solución del caso.

Luego apareció el que asentía discretamente hasta que preguntaba y dejaba a todos boquiabiertos, el que intervenía con una labia al alcance de unos pocos monologuistas, la que ponía los pies en el suelo al jovencillo de clase… Y todo eso en constante evolución.

El trabajo personal y en equipo fueron transformando los «cantos al sol» de las primeras semanas en disecciones justificadísimas -con todo tipo de números y datos- hacia el mes de marzo o abril.

La guinda fue -además de la semana intensiva en Nueva York- el proyecto final del Máster, en el que debíamos plasmar los conocimientos y habilidades adquiridas (o incoadas) en estos diez meses, con la ayuda de un asesor. Semanas de mucho trabajo, de reuniones, de tablas de Excel y de redacción de planes de negocio que sorprendieran al «jurado» formado por inversores.

Así se entiende por qué uno de los veteranos afirmaba que había aprendido más de los alumnos que de los casos. Es la magia que se ha creado -por una conjunción de trabajo  buen ambiente-, entre las cuatro paredes de un aula tan impresionante como la de la calle Zurbano 73.

El título del post lo he tomado del discurso de la clausura del Máster, con el que Gustavo ilustró la huella de estos meses: «ojeras con sonrisas». Las ojeras ya se han borrado, pero espero que perdure el agradecimiento a Gustavo y a María; a todos los profesores -espectaculares la inmensa mayoría-; y, especialmente, «a la mejor 15ª promoción del MEGEC». Ha sido un honor.