El fenómeno actual de la “narración de historias” (el storytelling) en el periodismo va parejo a la necesidad de atraer la atención de un público cada vez más audiovisual y emotivo, y también por la crisis en el modelo de negocio de la prensa tradicional.


El periodista se ve en ocasiones como un trovador que necesita ser escuchado (y pagado) por unos lectores, que compulsivamente se allegan a juglares advenedizos, en una lucha sin cuartel por los likes, los favs y los retuits que justifiquen su sueldo, y sin apenas medios ni tiempo para componer una buena historia que realmente merezca la pena.
El panorama es de sobra conocido y no merece la pena dedicarle un minuto más. Y, si el auge del storytelling puede resultar utilitarista, también esconde la solución a un periodismo enclenque de teletipos y pirámides invertidas que momifican los hechos, y un periodismo oficial del que desconfían las audiencias, porque solo hablan del poder, sin contarnos lo que pasa de verdad a pie de calle.

Nuevos formatos… para contar las historias de siempre

Hemos pasado de 60 minutes a los 60 segundos de WorldNewsTonight, el noticiero que la ABC lanzó en Facebook el pasado mes de diciembre. Los “breves” se han transformado en píldoras que algunos medios difunden con Snapchat. Hasta las aburridas salas de prensa, en las que tantos periodistas bostezaban, han convertido la información corporativa en impresionantes infográficos, listos para insertar en el periódico online.
Hasta aquí nada que nos escandalice, salvo que pretendamos vivir en la Edad Media. La tecnología nos ayuda a envolver la información en un papel más colorido, mientras que descubrimos plataformas y formatos que transmiten nuestro mensaje mejor que nunca. Pero hay algo perverso en el auge del storytelling en medios como Buzzfeed, que prometen la panacea en sus llamativos titulares escritos pensando en el SEO y… a lo sumo engrosan una cadena de WhatsApp.

Picaresca española

Sinceramente prefiero esa intención transformadora que posee la comunicación. Pedro Simón eligió “la trinchera de las palabras para tratar de cambiar las cosas”, tal y como cuenta en la entrevista de Conversacionescon, y que palpamos en los últimos días de Antonio Segura.
Porque, como explica Pablo Castrillo, “las historias nos someten a experiencias emocionales que imprimen en nosotros los primeros trazos de una idea”. Y aquí radica nuestra capacidad de voltear el aciago curso de la información tecnologizada: contar experiencias “que aumenten el conocimiento del otro, el respeto del otro”, en palabras del maestro Kapuściński. Con cualquier medio técnico, con cualquier forma narrativa: lo relevante es “seleccionar trozos de cosas que escuchas, ves, analizas, escribes… que representen lo máximo”, no la herramienta con la que se difunda.
El vertiginoso cambio en el consumo de la información obliga a que los trovadores aprendamos de la picaresca, típicamente española, y no entonemos un réquiem antes de tiempo. “El pequeño Nicolás es una historia de picaresca clásica”, recordaba con fina ironía Delia Rodríguez. En la misma entrevista, la responsable de Verne ofrecía un buen camino para entender el modo en que se consume la información, primero en “noticias más light, con entretenimiento (para aplicarlo, poco a poco) a historias más serias”.

Innovar e involucrar al lector

Los trovadores de hoy deben comprender que la exclusiva –ese santo grial con el que soñamos a diario–, no les obliga a ser lobos solitarios, sino que pueden contar con los lectores e involucrarlos. Quien mejor ha entendido este fenómeno ha sido The Guardian, que permite participar a los lectores en una conversación sobre el proceso de toma de decisiones editoriales en su Open News, muy lejos de aquel “periodismo ciudadano”, del que tanto discutimos hace unos años.
Experimentos como el del Charlotte Observer, que ofrece cinco historias locales de la ciudad, son un buen ejemplo de cómo atraer a los lectores más jóvenes, sin renunciar a la calidad de las historias. Habrá que seguir innovando y buscando caminos como el Snow Fall, que Jill Abramson introdujo en el New York Times, y que según ella explicaba con orgullo “supuso un momento clave en la evolución del modo de contar historias”, ofreciendo una nueva experiencia a los lectores.

Saber mirar, saber escuchar, saber pensar…

“Contar historias es muy importante siempre que esas historias trasciendan de la anécdota y tengan una traducción hacia problemas universales. Lo contrario sería simplemente una narración que puede tener más o menos interés según la calidad literaria, pero para mí no es periodismo”. Maite Rico da en el clavo en otra de las entrevistas de Conversacionescon.
Todavía conservo en mis apuntes de primero de Periodismo, la frase lapidaria de Paco Sánchez, ahora columnista (entre otras cosas, dice él) de La Voz de Galicia: “Un buen comunicador no es aquel que domina unas técnicas o destrezas más o menos mecánicas, sino quien es capaz de saber mirar, saber escuchar, saber pensar, saber expresar aquello que ha mirado, escuchado y pensado”.
Después podremos utilizar las reglas del viaje del héroe que nos enseñó Campbell, o las 22 reglas de Pixar para contar historias, o incluso los tips para escribir con estilo, del escritor norteamericano Kurt Vonnegut. Da lo mismo. Lo importante es, en palabras de Gistau, “estrujar bien el estilo como si fuera una toalla mojada, para que quede lo imprescindible, lo no ornamental”.
Se buscan trovadores que sean acogidos en cortes mediáticas que les permitan leer dos horas diarias (Bustos somnia), que atesoren una buena cultura audiovisual, utilicen con criterio la tecnología y que dominen los diferentes registros de escritura. Y sobre todo, que tengan la experiencia personal de entender a las personas. Al final, la materia prima es humana. Y nada de lo humano puede ser ajeno a los trovadores del siglo XXI.
Rafael Martín Aguado
@rmaragu
Artículo publicado originalmente en Aceprensa, con motivo de la III edición de «Conversaciones con«